Cada uno de nosotros se habrá sorprendido pidiendo, e incluso reclamando, en algún momento de su vida «lo justo», «es justo». O quejándose, «no es justo». Consideramos cómo medida la justicia. Y exigimos su cumplimiento de manera coactiva si fuera necesario. Para eso están los Juzgados nos gusta afirmar.
En el ámbito familiar la justicia es administrada por los padres y en el trabajo por el jefe. En la Escuela, el Instituto o la Facultad la administran los directores y decanos.
¿Cuándo le toca al joven aprendiz administrar justicia?. Suele ser común que aprendamos por quejas. Ante tanto administrador de justicia no es extraño que lo primero que aprendemos es la queja: «No es justo».
Así comienza el aprendizaje de la justicia. Rodeado de administradores de justicia.
Enseñarnos a ser justos no es que sea una tarea educativa, es más bien una consecuencia de otras tareas. Y como suele ser fruto de la experiencia personal suele ser de resultado incierto. Todos aprenden a leer y escribir, pero sobre la justicia sus curricula ofrecen muy diferentes resultados.
Ser Justo. Ser una mujer y un hombre justo requieren un aprendizaje muy especial y específico. Comienza por saber amar y finaliza por aprender a ser misericordioso y compasivo. Entonces surge la justicia como lógica consecuencia.
Al ser el amor, la misericordia y compasión del corazón, la Justicia que surja estará anclada en la inteligencia cardíaca. Mientras que la justicia que aprendemos por experiencia deriva de la mente, es muy mental y por ello está exenta en muchas ocasiones, de magnanimidad y clemencia.
Para administrar Justicia hay que saber ser justo con uno mismo y sólo lo somos si nos conocemos, si nos tenemos autoestima y nos amamos tal y como somos. Entonces seremos JUSTOS y dejaremos de juzgar al mundo y a los demás. Esta es la ilógica consecuencia del JUSTO, que no vuelve a juzgar.